La llama olímpica, una tradición milenaria
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Es uno de los símbolos más reconocidos de los Juegos Olímpicos que recorre los lugares más peculiares de todo el mundo en las manos de atletas, dirigentes, celebridades y diversos profesionales, a través de diversos medios de transporte hasta dar con la ciudad elegida para albergar al certamen.
Por Agustín Ares
(@Aresagustin14)
El fuego siempre fue un elemento sagrado en la antigua Grecia. Los griegos explicaban la presencia del mismo gracias al mito de Prometeo, titán que robó el fuego sagrado del Monte Olimpo y se los entregó a los humanos. Desde entonces, cada templo o santuario en honor a un dios tenía en su entrada un pequeño pebetero.
Oficialmente, la primera edición de los Juegos Olímpicos data del año 776 a.C en la ciudad de Olimpia, en lo que se conoce como el primer evento multideportivo que congregó a atletas de las diferentes ciudades-estado. Dado que los mismos eran una forma de adoración a los dioses, requerían que la llama que estaba encendida durante el tiempo que duraba competencia fuera pura. En pos de ello, se utilizaba una skaphia, predecesora del espejo parabólico, que concentraba los rayos solares lo que provocaba el calor necesario para prender la llama.
A su vez, la tradición del recorrido también se vincula con la tregua olímpica que es cuando los mensajeros advertían a todas las ciudades-estado sobre el inicio de la competición, con el fin de detener todas las contiendas bélicas un mes antes y durante el Juego Olímpico, para que todos los atletas pudieran llegar a Olimpia de manera segura.
Renacimiento
Los Juegos Olímpicos regresaron gracias al barón Pierre de Coubertin en 1896, edición celebrada en Atenas. Empero, recién en Ámsterdam 1928 se retomó el hábito de encender un pebetero. En este caso, en el Estadio Olímpico de Ámsterdam se creó una torre anexa de 40 metros de alto y su parte superior funcionó como pebetero, aunque este fue encendido por un obrero de la empresa de gas.
Carl Diem, Secretario General del Comité Organizador de los Juegos de Berlín 1936, realizó un esfuerzo inhumano para que la competencia saciara las expectativas de Adolf Hitler y cumplieran con el siniestro plan del nazismo de mostrarse como una cultura superior. Para ello, se implementó la novedosa carrera de la antorcha olímpica, desde la ciudad de Olimpia en Grecia, hasta la anfitriona de los Juegos en cuestión.
Desde entonces, frente al tempo de la diosa Hera, un grupo de actrices que interpretan a sacerdotisas enciendieron un espejo cóncavo que concentra los rayos del sol, tal cual se realizaba en la antigüedad, para prender la llama, símbolo que representa la cercanía temporal de un Juego Olímpico. La tradición dice que, si la llama se apaga, habrá malos augurios y el certamen deberá suspenderse.
A su vez, el recorrido de la antorcha ha tenido momentos significativos. En México 1968, fue encendida en su habitual templo, para luego realizar el recorrido de Cristóbal Colón durante el descubrimiento de América, en simbolismo de la unión entre las culturas de América y Europa.
Para conmemorar la vuelta a Grecia, en Atenas 2004 fue el recorrido más largo hasta el momento, en lo que se conoció como la «vuelta al mundo», debido a que la llama estuvo en todas las ciudades previamente anfitrionas de un Juego Olímpico moderno, Beijing (la futura sede), las sedes del COI en Suiza y de la ONU en Nueva York, además de llegar a Sudamérica (Río de Janeiro) y África (El Cairo y Ciudad del Cabo).
Además, la llama ha sido transportada por diversos medios de transporte. Desde autos, motos, barco y aviones hasta un puñado de momentos únicos en medios extravagantes. En Atenas la llama olímpica fue colocada en un sensor que la transformó en partículas ionizadas, que por medio de impulsos electrónicos codificados se transmitieron instantáneamente a Ottawa por medio de un satélite, para después ser decodificados y con un rayo láser reencender la llama original durante los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. En Atlanta 1996, Sídney 2000 y Sochi 2014 la antorcha fue llevada al espacio en manos de astronautas.
También para Sídney, la antorcha viajó a través de la Gran Barrera de Coral, pero por debajo del agua, cuando una bióloga marina llevó la llama que ardió a 2000°C, lo cual provocó una presión suficiente para mantener el fuego a salvo del agua.