Patricio Garino llega a los 27 años luego de un consagratorio Mundial de China. El alero supo volverse uno de los líderes de la selección, dejando que su juego hable por él.
Existen muchos tipos de liderazgo dentro de un equipo deportivo. Algunos, lideran por sus experiencias, se los respeta por sus miles de batallas disputadas y sus históricas proezas en terrenos en donde el triunfo parecía imposible. Otros, lideran por su notable capacidad de juego, volviéndose el jugador que todos quisieran ser.
En el caso de Patricio Garino, su liderazgo es desde el silencio. El alero no es el típico jugador de perfil alto que va a aparecer en las portadas de diarios o revistas. Sin embargo, es de esos jugadores que marcan su presencia a través de la entrega, el sacrificio y el trabajo duro. La disposición total a dejar su nombre a un costado para ser el líder en el trabajo sucio. Los medios tardan en aprender quiénes son estos líderes, pero los equipos se dan cuenta de inmediato.
Así como Andrés Nocioni era el sinónimo de entrega en la Generación Dorada, el marplatense es el líder en intensidad defensiva de la actual generación, que ya supo regalar un hito histórico como un subcampeonato mundial. Ya sea en el marcaje hombre a hombre, defendiendo a un jugador que recibe un bloqueo, conteniendo a un bloqueador o aportando sus ayudas desde ‘el lado débil’, el trabajo del alero es vital cada vez que se pone la celeste y blanca.
Su historia de vida tuvo un camino totalmente diferente al de otros jugadores que llegaron al viejo continente a través de la selección, luego de un buen paso por la Liga Nacional. Garino tomó la difícil decisión de sacrificar momentos de amigos, familias y vivencias en La Feliz para jugar al básquetbol universitario estadounidense.
A base de aprendizajes, soportó los puntos débiles de una vida a distancia de su país natal para cumplir un sueño. Supo jugar en la NBA, pero la liga estadounidense, marcada por los flashes y el estrellato, no supo tener la paciencia para entender el aporte que podía dar Garino.
Después de breves pasos por San Antonio Spurs y Orlando Magic, encontró su lugar en el mundo: el Saski Baskonia. El básquetbol español potenció al argentino al máximo, no sólo formándolo como un defensor de élite a nivel FIBA, sino también dándole la chance de desarrollarse como un jugador de un notable aporte ofensivo con goleo interno.
El comienzo no fue fácil. En el camino, tuvo que aprender a tolerar el altibajo de sensaciones que genera la modificación en la rotación del plantel y sobreponerse a varias lesiones que le hicieron replantearse todo, inclusive jugar al básquet. Pero, a base del aguante de los afectos y las recomendaciones de todos dio un pase importante en su vida.
“Recurrí a un psicólogo, que me hizo cambiar la mentalidad. Me hizo dar cuenta que las lesiones fueron sólo accidentes y no mi culpa. Aprendí a disfrutar otra vez del básquetbol. Lo había empezado a tomar sólo como un trabajo. Me llenaba de presiones sin sentido y la cabeza se me iba para cualquier lado. Había dejado de ser yo, ese que siempre está con una sonrisa. Pero eso ya quedó atrás. Me siento mucho más relajado y valoro poder vivir de lo que amo”, le dijo a Infobae a pocos días de iniciar el Mundial.
Ese disfrute se vio a través de su juego en la cancha. A lo largo del torneo internacional, tuvo que marcar a jugadores difíciles de contener en ataque, incluyendo dos anotadores letales que tiene la NBA como el serbio Bogdan Bogdanovic y el francés Evan Fournier, que integraron el quinteto ideal del certamen. Junto a Gabriel Deck, los contuvieron y en gran medida por ellos Argentina llegó a la inesperada final.
El seleccionado argentino tiene varios líderes, siendo Luis Scola y Facundo Campazzo los más reconocibles. Esta lista también incluye a Patricio Garino, que a base de trabajo sacrificado y constancia supo ganarse su lugar en el grupo de referentes del plantel. El líder silencioso que todo equipo necesita, pero que muy pocos tienen.