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Sonja Henie: una revolución deportiva manchada por el nazismo

La historia de Sonja Henie, considerada la mejor patinadora de la historia y una de las grandes superestrellas de la primera mitad del siglo XX.

Su historia comienza el 8 de abril de 1912cuando llegó al mundo en un hospital de Oslo, capital de Noruega, como la primera niña, segundo bebé, del matrimonio de Wilhelm Henje y Selma Lochmann-Nielsen. Era una familia que gozaba de un buen pasar económico ya que su padre era dueño de una fábrica de cepillos de dientes y de una empresa de pieles y su madre era una instructora de ballet que se había formado con colegas que luego se transformarían en profesores de grandes bailarinas. Tal era su bonanza que se decía que Wilhelm fue la primera persona de Oslo en tener un auto y, posteriormente, un avión.

Ya de pequeña Sonja dejó claro que lo suyo era el deporte, algo que se podría haber presupuesto considerando que su padre había sido patinador de velocidad sobre hielo a nivel amateur y campeón mundial de ciclismo en 1894. Había esquiado en unas vacaciones familiares mostrando un equilibrio nunca antes visto en una niña de 4 años y había ido a clases de natación. Sin embargo, cuando tenía 5 años, descubrió su verdadera pasión: el patinaje artístico. Tras ver cómo su hermano Leif patinaba con unos patines que le habían regalado para su cumpleaños en uno de los tantos lagos que se congelaban en el crudo invierno de Noruega, ella les rogó a sus padres que también le compraran un par para dar sus primeros pasos. Ante la negativa de los mismos, que alegaban que era muy peligroso, Sonja le robó los patines a su hermano y fue a patinar por su cuenta. Al enterarse, Leif comenzó a enseñarle los aspectos básicos de la disciplina, especialmente a cómo aterrizar sobre el hielo para evitar caídas y lesiones. Mientras tanto, ella copiaba los trucos y la rutina que realizaba un patinador local, quien, al ver de lo que ella era capaz, le insistió a su padre que la anotara en una competencia con tan solo 7 años.

Con ese pequeño empujón que le dio aquel hombre empezó su meteórico ascenso en el mundo del patinaje artístico: ganó esa competencia, un año después se convirtió en campeona nacional juvenil, con 10 años ganó su primer campeonato nacional y a los 11 estaba representando a Noruega en los primeros Juegos Olímpicos de Invierno de la historia en Chamonix, convirtiéndose en la atleta más joven de todo el evento. Y, como a cualquier niña de 11 años que se está midiendo con colegas diez años mayores, no se le podía exigir mucho. Finalizó en la última posición, a poco más de 17 puntos de Kathleen Shaw, la antepenúltima, con el aliciente de que en la mitad de su rutina se tuvo que acercar a su entrenador para que le recuerde cómo seguir porque se había olvidado lo que habían practicado. No era más que una experiencia para ella, aunque le sirvió para conocer otras realidades y ver de primera mano cómo se desenvolvían las principales referentes de la disciplina como la campeona olímpica Herma Szabo, que venía de coronarse como bicampeona mundial en Viena el año anterior y que jugaría un papel fundamental en el desarrollo deportivo de la noruega.

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No fue hasta 1926 que, con 13 años, Henie participó de su primer mundial en Estocolmo, mostrando una versión totalmente distinta de sí misma comparada a la que se había visto en Chamonix. Esta era una Sonja con dos años más de entrenamiento en su espalda, mucho más liberada, más expresiva a la hora de salir a la pista y con un carácter mucho más desafiante frente a los nombres ya establecidos del patinaje, como Elisabeth Böckel y hasta la propia Szabo. No fue suficiente para quedarse con la gloria, que se terminaría llevando Szabo con un pentacampeonato, pero sí para adjudicarse la medalla de plata en su debut mundialista. Nada mal para una chica que, lentamente, estaba culminando la transformación actitudinal y deportiva que la llevarían a ser la cara del patinaje artístico por más de una década.

Un año tuvo que pasar para dar el golpe sobre la mesa: en el Mundial de 1927 en Oslo, su tierra natal, se midió de igual a igual contra Szabo y, para sorpresa de algunos y algarabía de otros, se terminaría imponiendo en una votación ajustadísima y llena de controversia. El problema radicó en la supuesta parcialidad de los jueces, ya que tres de ellos (Arne Christiansen, O.R. Kolderup y Knut Oeren Meinich) eran noruegos, por lo que se les acusó de ponderar la nacionalidad de las participantes por sobre la ejecución técnica. Ellos 3 votaron a la local en el primer lugar, mientras que los dos restantes (Walter Müller de Austria y Artur Vieregg de Alemania) se decantaron por la austríaca, dándole así la victoria y el oro a Henie. La denuncia tomó aún más fuerza al repetirse la dinámica en la votación del tercer puesto con los tres noruegos, ponderando a su compatriota Karen Simensen por sobre la alemana Ellen Brockhöft, que recibió los votos de Müller y Vieregg. Ese fue el final de la carrera deportiva de Szabo, quien, con 25 años, se retiró del patinaje artístico sin dar demasiadas explicaciones.

Esto planteaba un nuevo escenario en la lucha por el oro en Saint Moritz 1928, ya que la vigente campeona olímpica no iba a presentarse a defender su título, dando oportunidad a cualquier tipo de escenario. En realidad, la principal duda era si la noruega iba a poder revalidar su éxito mundialista a los Juegos Olímpicos de Invierno o si iba a ceder ante la presión de llegar como la principal favorita, hipótesis que quedó totalmente desechada luego del 18 de febrero de ese año. Henie demostró que era una adelantada a su época y se presentó con la innovación que marcaría un punto de inflexión en la historia de la disciplina: cambió la clásica vestimenta larga por una pollera corta, entre 3 y 4 centímetros por encima de la rodilla, que le permitió realizar mejores trucos, los patines negros opacos por unos blancos que hacían que su vestuario resaltara aún más, introdujo música y coreografía a su rutina para terminar con las muestras puramente técnicas y se convirtió en la primera mujer en realizar un axel simple, un giro y medio en el aire, que hasta ese momento solo realizaban los hombres por la complejidad que representaba en aquel entonces. Una actuación que le valió su primer oro olímpico con un total de más de 200 puntos por sobre Fritzi Burger, la medallista de plata.

Había nacido una leyenda y con ella daba inicio una nueva era dentro de la disciplina. Una era dominada de forma ininterrumpida y por amplio margen por una pionera que tuvo el coraje de seguir su propio instinto y hacer lo que ella sentía que debía hacer. Una adolescente con mentalidad de mujer madura que se convirtió en la personificación del estilo “internacional” que llevó a Jackson Haines a la fama en Europa después de ver como su estilo no era lo suficientemente valorado en Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Una adolescente que no dudó en tomar la posta del intento disruptivo de Theresa Weld de realizar un salto en una de sus rutinas, pese a que fue severamente castigado por los jueces para que la estadounidense no pensase en volver a intentarlo en una especie de intento de conservación del deporte por parte de los encargados de definir el destino de las competencias y, por ende, de los estilos que iban a ser premiados. Una perfeccionista que, tras ganar su medalla olímpica en febrero de 1928, se dedicó a entrenar para incorporar aspectos del ballet a su rutina de cara al Mundial en el cual debía defender su título por primera vez.

Fue justamente en Londres donde se ganó un nuevo apodo -además de La Reina de Hielo- ya que los detalles de ballet, principalmente la caminata sobre la punta de sus pies con los patines, que sumó a los esenciales del patinaje le valieron el mote de La Pávlova del Hielo, en referencia a la prima ballerina del Ballet Imperial Ruso cuyos pasos pudo adaptar al hielo gracias a los entrenamientos que tuvo con Love Krohn, ex instructor de la rusa y colega de la madre de Henie en su época de estudiante. Las adiciones mencionadas le permitieron quedarse con el bicampeonato mundial sin problemas ya que tanto Maribel Vinson, que había quedado a las puertas de una medalla olímpica en Saint Moritz, y Fritzi Burger estuvieron lejos de presentarle batalla.

Así fue como entró en un espiral de victorias que parecía no tener fin: en 1929 compitió y ganó en su último campeonato noruego, en el que se venía imponiendo ininterrumpidamente desde 1923, y se quedó con los Mundiales de 1929, 1930 y 1931, los dos primeros de forma unánime al ser votada en el primer lugar por los cinco jueces. Ya no importaba quién estuviera en frente, ella simplemente era mejor que cualquiera que intentara plantarle cara. No pudo Burger, no pudo Vinson, no pudo Constance Wilson-Samuel, la primera canadiense con buenos resultados a nivel internacional, ni Vivi-Anne Hulten, que estaba dando sus primeros pasos en las grandes competencias, ni tampoco Melitta Brunner o Hilde Holovsky, el dúo emergente de austríacas a principios de la década del 30. Su única “cuenta pendiente” era el Campeonato Europeo, en el cual participó desde su segunda edición en Londres en 1931 y comenzó su racha de seis trofeos consecutivos.

Ya si en Saint Moritz 1928 era favorita, en Lake Placid 1932 el resto de las competidoras parecían estar resignadas a pelear por la medalla de plata ante la imposibilidad de poder arrebatarle el oro. Como si esto fuera poco, para extender su amplío dominio comenzó a entrenar con Howard Nicholson en Londres, quien le presentó a la rusa Tamara Karsavina, prima ballerina de la Academia Nacional de Ópera y Ballet y ex integrante del trío que protagonizaba los Ballets Rusos junto a Pávlova y Vaslav Nijinski. Otra vez afloraba el puntillismo y la pericia híper detallista que le permitía a la noruega mantenerse en la cima de su disciplina desde hacía más de 4 años. Al igual que en los Mundiales de Budapest y Nueva York, Henie se quedaba con el oro en los Juegos Olímpicos de forma unánime llevándose los 7 votos para el primer lugar con un puntaje total de 2302,5 puntos. Fritzi Burger volvía a ver en primera fila la coronación de Sonja mientras ella debía resignarse a la medalla de plata, esta vez por sobre Maribel Vinson, quien conseguía la medalla que se le había escapado cuatro años atrás en Suiza.

Su estadía en Norteamérica se extendió una semana más luego de ganar su bicampeonato olímpico ya que debía disputar el Mundial en Montreal. Para no perder la costumbre, allí también se impuso por unanimidad por sobre Burger, una vez más a la sombra de Henie, y Constance Samuel, que ganaba su primera medalla en una competencia de renombre frente a su gente. Era su sexto título al hilo en este evento, dejando atrás los cinco de Herma Szabo y, en consecuencia, convirtiéndose en la mejor patinadora artística de la historia con tan solo 19 años y muchos años de competencia por delante.

Pese al recambio de competidoras en el plano internacional, la noruega seguía mirando a todas desde arriba. Ahora tenía en frente a una Vivi-Anne Hulten más madura y con mucha más experiencia en competencias internacionales y tuvo que empezar a hacerle frente a Cecilia Colledge y Megan Taylor, el nuevo dúo de inglesas que, con tan solo 11 años, habían estado en Lake Placid 1932 (de hecho, Colledge sigue siendo la deportista más joven en participar en un Juego Olímpico de Invierno con 11 años y 74 días) y estaban llamadas a desafiar la hegemonía de Sonia en unos años. Fueron justamente las británicas las que relegaron a las austríacas como la segunda potencia del deporte durante la década del 30´, secundando a Henie entre 1934 y 1936 y quedándose con los Mundiales de 1937 (Colledge), 1938 y 1939 (Taylor) entre el retiro de la máxima exponente de la disciplina y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Así fue como la aún joven Sonja se quedó de forma unánime con todos los Mundiales y todos los Campeonatos Europeos entre los Juegos Olímpicos de Lake Placid y los de Garmisch-Partenkirchen. La gran diferencia entre ambas olimpiadas es que en la última se cuestionaba su estatus de amateur, ya que había realizado exhibiciones con venta de entradas a lo largo de Europa y Estados Unidos. Era el tema más trascendente en la previa de los Juegos de 1936 ya que, para ese entonces, la noruega se había convertido en una celebridad deportiva. Donde sea que ella iba, automáticamente era reconocida por la gente y hasta llegó a necesitar la ayuda de personal policial para poder transitar de la salida de edificios hasta su coche. Era un modelo a seguir para las niñas, una inspiración y un símbolo de feminidad para las mujeres mientras enamoraba a todos los hombres que veían su rostro y su sonrisa.

Nada de esto la distrajo, aunque, por primera vez en mucho tiempo, se vio obligada a esforzarse de sobremanera en una pista de hielo, ya que Cecilia Colledge tuvo una de las mejores actuaciones de su vida en esos Juegos Olímpicos. Con tan solo 14 años, la británica le plantó cara a la experimentada noruega, pero se vio perjudicada por el orden de salida ya que ella fue la segunda de la lista mientras que la vigente campeona fue una de las últimas, en un deporte donde los jueces suelen ser más precavidos en sus primeras puntuaciones dado que todavía no tienen una vara con la cual medir el rendimiento general. Fue victoria para Henie por 6.4 puntos, diferencia ínfima considerando lo que le venía sacando al resto de las competidoras en los Mundiales y en los Europeos. Al ver la hoja con las puntuaciones finales, la corresponsal del diario inglés The Independent reportó que Sonja no se contuvo y la rompió por la mitad de los nervios que tenía por el escaso margen.

Sin embargo, esa no fue la actitud más descabellada de aquel día. Antes de salir a la pista para realizar su rutina, le llegó el dato que el propio Adolf Hitler estaba en un palco mirando el evento. Es por esto por lo que, antes de empezar a patinar, realizó el saludo nazi y gritó Heil Hitler, provocando una euforia generalizada entre los espectadores y sembrando un interrogante en su país. ¿Era Henie una simpatizante nazi? Es una pregunta con respuestas muy acotadas ya que en sus memorias hay escasas referencias políticas. La versión que más se ajusta a su personalidad, tal como afirmaría Vivi-Anne Hulten, quien completó el podio de esos Juegos, es que lo hizo para ganarse al público a la espera de que los gritos que descendieran de la tribuna influenciaran en la calificación final de los jueces.

Pero la historia no termina ahí: luego de ganar la medalla de oro, la tercera consecutiva para ella, fue invitada junto a su madre a almorzar en la casa residencial que tenía Hitler en las montañas de Berchtesgaden. El principal motivo de la invitación era que el Führer era un admirador de la noruega, al punto tal que estuvo presente en una exhibición que había realizado en Berlín en 1934, donde se acercó al palco para saludar al canciller alemán. Una vez finalizado ese almuerzo, Hitler le entregó una foto suya firmada con el mensaje “para la pequeña señorita Sonja Henie. La única campeona mundial, con gran admiración por su maravilloso arte en el Ice Stadium”.

Esa fue una mancha que la acompañó durante el resto de su vida en Europa, a diferencia de Estados Unidos, en donde nadie se había enterado de ese episodio. Este es un dato de vital importancia ya que tras conquistar su décimo Mundial el 22 de febrero en París, récord que aún sigue vigente al igual que las tres medallas de oro en Juegos Olímpicos, anunció su retiro del patinaje artístico. Era el final de una era, la más dominante de la historia de la disciplina que nunca volvió a ver una deportista tan completa e innovadora como Henie.

No había pasado ni una semana de su anuncio que ya había sido contactada por casi todas las productoras de cine de Estados Unidos. Su misión era llevar al patinaje a los grandes escenarios de aquel país, tal como lo había hecho Fred Astaire con el baile, con la diferencia de que en América la disciplina no tenía la misma importancia que en Europa, motivo por el cual había menos deportistas practicándola, nicho que la propia Henie había detectado. Así fue como consiguió una propuesta del empresario Arthur Wirtz, quien le garantizó un tour de diez fechas a cambio de 150 mil dólares y con quien forjaría una de las relaciones comerciales más fructíferas de la primera mitad del siglo XX. El tour fue un éxito: tuvo una cobertura mediática impensada por ambos y hasta incluyó una función en un Madison Square Garden repleto de gente de todas las edades para ver el espectáculo de dos horas en el cual la noruega realizaba entre siete y ocho rutinas que le permitían acaparar 50 minutos de atención pura y exclusivamente para ella.

Pero, fiel a su estilo, Sonja no se conformó y fue por más, ya que tenía un objetivo aún más grande en mente: llegar a Hollywood y firmar con 20th Century Fox. No fue nada fácil. Sus padres, que habían dejado a Leif a cargo de las empresas familiares, organizaron un show en California con el objetivo de que asistiera Darryl Zanuck, director de la cadena. Sin embargo, no lo lograron, pese a que habían concurridos grandes celebridades del momento. Tal fue la repercusión del espectáculo que planearon una segunda función a la que sí asistió Zanuck, quien quedó deslumbrado. Así fue como le ofreció un contrato con 20th Century Fox por 125 mil dólares por película rodada durante cinco años. En las negociaciones, donde mostraba su lado más tajante, solicitó una cláusula para que las grabaciones se llevaran a cabo durante el verano para poder continuar con sus tours durante el invierno y así mantener lo que había construido con Wirtz unos meses atrás.

Ese mismo año tuvo su debut en la pantalla grande de Hollywood cuando protagonizó “Una en un Millón”, una película con tintes musicales que incluyó videos de su participación en los Juegos Olímpicos de Garmisch- Partenkirchen. Pese a que el contenido de la mayoría de sus escenas consistía en patinar, Henie sorprendió al elenco con sus dotes actorales dado, que ninguno sabía que ella ya había tenido experiencia en films mudos en su país en 1927 y 1929.

Ese fue el inicio de su transición al estrellato: entre 1937 y 1939 rodó seis películas más que la consolidaron como una de las actrices con mayor facturación de la historia mientras, simultáneamente, continuaba con sus espectáculos de patinaje sobre hielo durante los inviernos. Tal fue su éxito que en 1939 el estudio Metro-Godlwyn-Mayer, al que Sonja había rechazado en 1936, intentó opacarla con el lanzamiento del film “Locuras de Hielo” protagonizada por Joan Crawford. Por más irrisorio que parezca, la idea de los directores era que Crawford realizara escenas patinando para competir con la noruega. Sí, en MGM pensaban que una actriz con unos meses de entrenamiento podía patinar mejor que una tricampeona olímpica y diez veces campeona mundial y, lógicamente, la película fue un fracaso absoluto, tanto en la taquilla como en las repercusiones posteriores a su estreno.

Sin embargo, entre el final de la década del 30 y el inicio de la siguiente, Henie sufrió dos reveses muy significativos: el primero llegó en 1937 con el fallecimiento de su padre, el hombre más importante de su vida hasta el momento. Desde que dejó el mundo empresarial para convertirse en manager de su hija, Wilhelm Henie había moldeado la imagen de hombre fuerte y seguro que su hija inconscientemente buscaba en cada una de sus parejas. No era ningún secreto que había tenido distintos amoríos con compañeros de elenco en cada película que había rodado, pero con ninguno de ellos consiguió establecer una relación seria porque ninguno se asemejaba a la proyección idealizada que ella tenía de su padre.

Luego de la muerte de Wilhelm, Sonja se convirtió en una obsesiva del control. Si bien ella siempre se había caracterizado por estar muy atenta a los detalles, esta nueva faceta suya superaba a la anterior. Ahora quería estar a cargo de la producción y de los vestuarios de sus shows y de las películas en las que participaba, planeaba codo a codo con Wirtz los recorridos de sus tours, comenzó a preocuparse por lo que los medios decían de su figura pública y se volvió aún más intransigente a la hora de negociar contratos y porcentajes.

El segundo revés llegó en 1940 cuando la volvió a acechar el fantasma que ella misma había creado en 1936. Ya con la Segunda Guerra Mundial en marcha se negó a donar dinero a una base de entrenamiento para pilotos noruegos en Canadá llamada Pequeña Noruega, amparándose en que ahora ella era una ciudadana estadounidense, tras casarse ese mismo año con Dan Topping, uno de los dueños de los New York Yankees, y como Estados Unidos no estaba involucrado en el conflicto bélico, todavía, no creía correcto realizar la donación de fondos que le habían solicitado. Allí comenzó a circular en Norteamérica el dato del saludo nazi que había realizado en los Juegos Olímpicos de 1936 y ese mismo año ella se enteró que su casa en Landoen no había sido destruida en la invasión de los alemanes en Noruega porque el comandante que estaba al frente del operativo vio la foto que le había obsequiado Hitler arriba del piano que tenían. Luego del bombardeo de Pearl Harbor y con la declaración de guerra de Estados Unidos a los países del Eje, Henie terminó donando dinero a la base Pequeña Noruega, aunque nadie había olvidado su negativa inicial.

En la década del 40´, por más improbable que parecía, comenzaría el lento declive de su carrera. En ocho años filmó menos películas que en el pasaje mencionado entre 1937 y 1939 y en 1949 rompió relaciones con Arthur Wirtz influenciada por su nuevo esposo, Winthrop Gardiner Jr., heredero de Gardiner´s Island, quien la convenció de que ella debía ganar más del 50% que había arreglado con el empresario. Esta jugada le salió totalmente mal ya que Wirtz entabló relaciones comerciales con la canadiense Barbara Ann Scott, bicampeona mundial de patinaje artístico y campeona olímpica en Saint Moritz 1948, los primeros Juegos Olímpicos de Invierno de la post guerra, a quien le reservó todos los estadios que le venía reservando a Henie. Esto obligó a la noruega a continuar sus espectáculos en ciudades más pequeñas y en estadios con poca capacidad comparados con los grandes escenarios en los cuales había deleitado al público desde su llegada a Estados Unidos, pese a que a sus 38 años realizaba mejores rutinas que Ann Scott. La caminata estilo Tinker Bell, su adaptación de El Cisne Moribundo del ballet unipersonal de Anna Pávlova, era un movimiento que tenía prácticamente patentado y que ni siquiera podían replicar en los Mundiales de patinaje artístico, mientras que ella lo realizaba por puro entretenimiento.

La frustración que le produjo esto hizo que su ego aflorara aún más. Prohibió que haya mujeres rubias en sus elencos para que ella sea la única, comenzó a beber en demasía, al punto en el que el whisky se transformó en un elemento más de sus días, y se mostraba más impertinente en público. De hecho, hay una anécdota de 1952 en la cual fue a la pista de hielo del tercer piso del viejo Madison Square Garden donde estaba entrenando Carol Heiss, una chica de 12 años a la cual comparaban con Henie. La propia Heiss reconoció que le sorprendió ver a la noruega en medio de uno de sus entrenamientos, aunque solo pasaba para decirle que había una sola Sonja Henie.

Lo más impactante es que Heiss podría ser considerada como una de sus hijas testimoniales, dado que no tuvo ninguna propia, ya que fue una de las futuras campeonas olímpicas estadounidenses que comenzó a patinar por la influencia que tuvo la noruega en la disciplina. Tanto Tenley Albright (1956), Heiss (1960), Peggy Fleming (1968) fueron consecuencia directa de lo que había conseguido Sonja en ese territorio, mientras que Kristi Yamaguchi (1992), Tara Lipinski (1998) y Sarah Hughes (2002) se criaron deportivamente en un entorno que se había establecido gracias al semillero de patinadoras que siguieron los pasos de Henie entre los 60´ y los 80´.

Así fue como los años 50´ se transformaron en un reencuentro con sus raíces, ya que en 1953 comenzó a trabajar junto al promotor Morris Chalfen, quien le propuso la idea de volver a realizar exhibiciones y giras en Europa. Al principio esto no fue del agrado de Henie ya que implicaba tener que realizar al menos un espectáculo en Noruega, no podía volver al viejo continente sin incluir a su país en el recorrido, donde el recuerdo de los Juegos de Garmisch- Partenkirchen estaba muy latente. Es por esto por lo que envió a Chalfen a medir el clima en Europa y ver qué tan abiertos estaban a la posibilidad del retorno de la hija pródiga, de una de las mejores, y hasta podría decirse la mejor, deportista de invierno del período previo a la Segunda Guerra Mundial.

Tras un par de meses de ansiosa espera, la noruega recibió buenas noticias del otro lado del Atlántico: su nuevo socio le dijo que la idea de volver a ver patinar a Sonja Henie era del agrado de gran parte de la población de los países en los que había estado. Esto ahuyentó todos los fantasmas que tenía en su mente y la terminó de convencer para oficializar su tour veraniego. En total eran 33 shows en 30 días, comprendidos entre el 21 de agosto y el 20 de septiembre, uno de ellos teniendo lugar en Oslo. Allí, y también en el resto de las fechas, fue tratada con indiferencia en las calles, aunque ovacionada cada vez que salía a la pista de hielo. El del público era un sentimiento difícil de explicar pero que, con el correr de los días, parecía tender cada vez más hacia la aceptación de Sonja en todas sus facetas. Esto le generó expectativas de recomponer los lazos con compatriotas y, tras un fallido intento de tour en Sudamérica, donde el patinaje artístico no era un deporte que se entendiese ni tuviese mucho público, organizó una segunda gira por Noruega en 1955. Allí recibió muchos menos comentarios negativos y fue ovacionada antes y después de cada espectáculo, dejando atrás aquella gran mancha que la venía acechando desde hacía casi 20 años.

Skater Sonja Henie (right) presents Shirley Temple with a pair of skates.

En mayo de 1956 hizo oficial su retiro del patinaje artístico y de la vida de actriz con 12 películas filmadas para 20th Century Fox. Dedicó su retiro a beber, a viajar por el mundo junto a Niels Onstad, un viejo amigo de la infancia con quien se casó, y a comenzar una colección de arte junto a su esposo, ya que se estima que durante su etapa como protagonista de películas facturó 47 millones de dólares, sin contar lo que había ganado por sus tours de patinaje artístico. Siguió organizando fiestas (se decía que era la mejor anfitriona de Hollywood) en distintas ciudades del mundo hasta que su cuerpo no pudo seguirle el ritmo, ya que a mediados de los años 60´ le diagnosticaron leucemia. Allí comenzó a llevar un ritmo de vida un poco más tranquilo, lo que no significa estático. Seguía viajando con Onstad, aunque a destinos más cercanos y, generalmente, siempre dentro de Europa. En 1969 cancelaron un viaje a Estados Unidos desde París para reprogramarlo hacia Oslo, donde debía someterse a una transfusión de sangre de urgencia. No llegó a hacerla. Henie se durmió en el vuelo y nunca más despertó. Así se despedía de este mundo una de las estrellas más grandes del deporte y del cine.

Una estrella con todas las letras, ya que en el ámbito deportivo nadie consiguió siquiera acercarse a sus hitos. Sigue vigente su récord de tres medallas de oro consecutivas en Juegos Olímpicos y 10 Mundiales obtenidos de forma ininterrumpida, solo siendo superada en cantidad de Campeonatos Europeos por la rusa Irina Slutskaya. Como se mencionó, su huella fue enorme en Estados Unidos, al punto de inspirar a un semillero de futuras campeonas olímpicas, pero ínfimo en Noruega, país que no ha producido ninguna patinadora artística que supere la 22° posición en un Juego Olímpico luego del retiro de Sonja. Además, tuvieron una sequía de 50 años sin representantes en la disciplina entre 1964 y 2014 cortada por Anne Line Gjersem, quien finalizó en la 23° posición (24° en el programa corto y 22° en el programa libre) en Sochi. Tal fue su impacto en la historia del deporte que, en 1994, su tumba fue una de las paradas de la antorcha olímpica en el recorrido previo a los Juegos Olímpicos de Lillehammer.

FUENTE: Facundo Osa The Line Breaker

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