Bobsleigh y el revuelto Gramajo: una historia olímpicamente sabrosa
De la mano de los hermanos Arturo y Horacio Gramajo, Argentina quedó a décimas del primer podio olímpico de invierno en 1928. Sin embargo, hoy en día se los recuerda por lo que hicieron en una cocina de Buenos Aires en los años 30.
Por Franco López Larrañaga
Argentina siempre ha tenido inconvenientes para hacerse un lugar entre las naciones que pelean un lugar para puntuar y sumar medallas en los Juegos Olímpicos de Invierno. Siempre se dio de este modo. A pesar de ser una nación con recursos naturales más que suficientes para garantizar buenos resultados, nuestro país nunca pudo sumar preseas olímpicas en ninguno de los diecinueve Juegos invernales en los que formó parte. Sin embargo, existió un momento en la historia olímpica argentina en la que un grupo de atletas estuvo a muy pocas décimas de conseguir el tan ansiado acceso al podio.
La primera presentación de una delegación nacional en un Juego Olímpico de Invierno tuvo que esperar hasta la segunda edición de los mismos, que tuvo lugar en la aldea suiza de St. Moritz en el mes de febrero de 1928. Allí participaron diez atletas que formaban parte del equipo nacional de bobsleigh, un deporte que en el último tiempo retomó cierta notoriedad debido a que Jennifer Dahlgren se mostró interesada en competir en este deporte en el futuro, pero que por décadas perdió toda popuralidad en nuestro país.
A pesar de esto, en tres de los primeros cuatro Juegos invernales en los que Argentina participó, presentó, al menos, un equipo de bobsleigh. En esta disciplina, que resulta más que particular, nuestro país clasificó dos trineos, uno doble y uno cuádruple, para St. Moritz 1948, otro de cuatro para Oslo 1952 y otros tres, distribuidos en dos trineos dobles y uno cuádruple, para los Juegos de Innsbruck en 1964. Pero el caso más icónico y el que mayor admiración despierta es el de los dos trineos cuádruples que participaron en aquella lejana segunda edición invernal en St. Moritz 1928. Una proeza que dejó a la nación a siete décimas de segundo del primer podio olímpico de invierno de la historia.
Los dos trineos que clasificó la delegación argentina estaban compuestos por cinco hombres cada uno. En el carro que llevaba el nombre Argentina 1 iban Justo del Carril, Horacio Iglesias, Hector Milberg, Horacio Gramajo y el capitán, Eduardo Hope, mientras que el bólido Argentina 2 estaba integrado por Mariano Domari, Rafael Iglesias, Ricardo Gonzales Moreno, John Víctor Nash y el capitán, Arturo Gramajo.
La competencia comenzó y finalizó el sábado 18 de febrero y la misma consistía en dos lanzamientos cronometrados. El que realizase los dos descensos en el menor tiempo acumulado, sería el vencedor, sistema que, a pesar de haber sufrido pequeñas variaciones a lo largo del tiempo, sigue siendo el mismo hoy en día. En la primera manga, el trineo USA 2 fue el más rápido tras registrar un tiempo de 1:38.9. El mejor de los trineos argentinos fue el número uno, quien completó el trazado en 1:40.1, a poco más de un segundo de los líderes, finalizaron terceros en aquel parcial, debajo del primer trineo belga. Argentina 2 había demorado su descenso y registró un tiempo de 1:42.3, lo que lo colocó novenos en la clasificación.
La segunda tanda de lanzamientos, la que definía las posiciones finales y las medallas, fue otro cantar. Muchos contendientes al podio tuvieron problemas y el segundo trineo nacional, comandado por Arturo Gramajo, supo registrar un increíble tiempo de 1:40.6 que lo acercaba a los puestos de arriba. Los dos carros del equipo estadounidense se quedaron con los primeros puestos, mientras que Argentina 1, tras realizar un descenso algo turbulento, se quedó a solo siete décimas de Alemania 2, que se quedaría con el bronce. Argentina 2, luego de una gran segunda manga, aseguraría el quinto lugar de las clasificaciones sobre un total de 23 equipos participantes. Fueron los primeros dos de los tres diplomas olímpicos de invierno que tiene Argentina en su haber. El otro también fue conseguido en bobsleigh por Carlos y Héctor Tomasi, Robert Bordeu y Carlos Sareisian en el cuádruple que terminó octavo en Oslo 1952.
Pero la historia de los hermanos Gramajo no termina allí. Se trataba de dos bon vivants que habían estudiado en Europa gracias a que su familia era muy acaudalada. De ahí la posibilidad de representar al país en un deporte tan particularmente caro como resultaba el bobsleigh en una época donde los viajes en avión no existían como los conocemos hoy.
El nacimiento del revuelto Gramajo
El caso es que los dos jóvenes hermanos, que debido a las concepciones sociales del momento, eran considerados donjuanes y exitosos, tuvieron el atrevimiento, una noche de los años 30, de colarse en la cocina de un viejo restaurant, que se encontraba cerrada, para crear uno de los platos más típicos del espectro culinario argentino.
Arturo y Horacio Gramajo ya habían hecho historia en St. Moritz un par de años antes, siendo parte de la primera delegación argentina en un Juego Olímpico de Invierno y sumando dos diplomas. De vuelta en Argentina, en una de las tantas noches de juerga, los hermanos llegaron a un reconocido restaurant porteño que ya no existe, en la intersección de las calles Riobamba y Santa Fe, llamado Río Bamba.
«Era tarde, la cocina estaba cerrada, pero como hacían lo que querían y los conocía todo el mundo, pasaron a la cocina para ver qué quedaba”, relató Juan Gramajo, nieto de Arturo, algún tiempo atrás. Allí encontraron papas, algunos huevos y jamón. Como no se iban a ir sin comer, improvisaron un plato con base de esos productos y así surgió el famoso revuelto Gramajo». «Se sentaron a comer un revuelto que jamás pensaron que se convertiría en un boom», mencionó Juan en una entrevista con la periodista Ana van Gelderen en 2019.
Para ese momento, al plato se lo conocía como “huevos a la Gramajo”, ya que no contaba con arvejas ni morrón, pero rápidamente mutó hasta ser el clásico argentino que se conoce hoy. El restaurant Río Bamba no tardó en ponerlo en su menú y luego, varios restaurantes de la zona comenzaron a copiar la receta, con el aumento de la oferta de aquella comida tan improvisada como exquisita.
La fortuna de los Gramajo se le atribuye, en gran parte, a su padre, también llamado Arturo, quien fuera Intendente de la Ciudad de Buenos Aires entre 1915 y 1916 durante el gobierno de Victorino de la Plaza y a quien se le atribuye tanto la construcción del Pasaje de la Piedad, en el microcentro porteño, como la del paseo público en la Costanera Sur de Puerto Madero. Su mujer era la millonaria María Adela Atucha Saraza, quien poseía numerosas propiedades y campos a lo largo y ancho del país.
El mayor de los hermanos, el capitán del Argentina 2 en St. Moritz, se casó con una bailarina de Hollywood y falleció sin dejar descendencia en diciembre de 1957 a los 60 años. Horacio por su parte, tuvo un final trágico tras fallecer en 1943 por una intoxicación provocada por comer unos hongos en mal estado que cultivaba en la huerta del hotel donde vivía, en la intersección de las calles Posadas y Callao. Aquel fastuoso día también falleció el cocinero del lugar por la misma razón. Tres meses antes había sido padre por primera vez. Tenía 40 años.
De esta manera, los hermanos Gramajo escribieron tanto la historia deportiva como culinaria deñ país de tal manera que cada vez que una persona tiene un antojo de algo humilde pero abundante, termina vociferando sus apellidos por los bodegones porteños.
Algunos expertos mencionan al que hacen los Petersen, otros hermanos famosos de la cocina argentina, en su restaurant de La Rural, o el bistró Damblee, en Almagro, el Club General Alvear, en Palermo, o Teodoro, en Recoleta, como los lugares donde se sirven los mejores “revueltos Gramajo” del país. El Club Glorias de Tigle y el restaurant del Balneario Arenas Blancas, en Mar del Plata, tampoco se quedan atrás en la consideración. Los hermanos Gramajo se quedaron a décimas del podio olímpico de invierno, pero se quedaron con la medalla de oro en ingenio, inventiva y creatividad en el ámbito culinario.