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La generación perdida de Checoslovaquia

Una medalla de oro olímpica que no llegó pese al invicto y la tragedia del Canal Inglés. La historia de un equipo que supo destacarse entre las potencias pero fue victima de la política comunista de su país.

Por: Facundo Osa

CONTEXTO

Luego del horror que significó la Segunda Guerra en todos los ámbitos posibles, en el hockey sobre hielo el destino parecía sonreírle a Checoslovaquia. En total fueron seis los años en los que no se disputó la Copa del Mundo y siete las ediciones de las que el conflicto bélico privó a los fanáticos del deporte, cuyo último recuerdo era la undécima consagración de Canadá por sobre Estados Unidos en 1939 ratificando su estatus de potencia dominante.

Sin embargo, en 1947 se presentó una oportunidad de oro para todas las naciones participantes. Canadá comenzó a distanciarse de la Liga Internacional de Hockey sobre Hielo -LIHF, que luego se convertiría en la actual IIHF- sobre los criterios en los que se asentaba la definición de profesionalidad de los jugadores y en la diferencia de reglas entre el sistema internacional y los de la Asociación Amateur de Hockey sobre Hielo Canadiense (CAHA) y la National Hockey League (NHL). Esto llevó a que los dirigentes de la CAHA decidieran no presentar un equipo para la edición del Mundial de aquel año mientras seguían reuniéndose con dirigentes de la LIHF para acercar ambos mundos, por ejemplo unificando el tiempo de juego en tres periodos de 20 minutos y la medida de los arcos.

Mientras la pelea burocrática consumía todos los esfuerzos canadienses, los seleccionados europeos buscaban aprovechar la ausencia del principal candidato para ocupar el trono vacante del hockey sobre hielo. Previo al parón por la guerra, el éxito de Checoslovaquia en la disciplina fue escaso: un bronce en los Juegos Olímpicos de Amberes, que hasta la edición de 1968 en Grenoble también se contabilizó como cosecha mundial, y dos terceros puestos en las Copas del Mundo de 1933 y 1938. Escaso como para soñar en grande en la primera competencia de renombre en más de media década sin actividad.

Es verdad, los checos tenían cierta ventaja al ser anfitriones ya que en cada partido iban a contar con el apoyo de un estadio Stavnice colmado por sus compatriotas, pero eso solo no aseguraba ninguna victoria. Debían demostrar su superioridad en el hielo y vaya si lo hicieron. Llegaron a la última fecha en la segunda posición del round robin con 10 puntos, uno menos que Suecia, que los había vencido por 2-1 en la jornada anterior pero habían sufrido un empate a manos de Suiza (4-4) que no les permitió consagrarse en el anteúltimo día de acción. Las cuentas eran simples, Checoslovaquia debía derrotar a Estados Unidos y esperar una ayuda de Austria, ya sea en forma de victoria o empate dado que los checos contaban con una abismal diferencia de gol de +70 por sobre el +41 de los suecos.

Contra todo pronóstico, Austria dio el batacazo venciendo 2-1 a Suecia, cuyo plantel había recibido una felicitación por parte del rey Gustav V luego del partido ante Checoslovaquia. Todas las miradas se volcaron hacia el siguiente y último partido del torneo, en el cual los checos tenían la oportunidad de adueñarse de la corona mundial del hockey sobre hielo si se imponía ante el endeble conjunto estadounidense. El trámite del encuentro fue por demás accesible para los locales, que terminaron con un marcador favorable por 6-1 y, de esa manera, consiguieron la primera Copa del Mundo de su historia frente a su gente, éxito impensado en la antesala de la competencia.

Era un título sobre el cual se podía construir un proyecto serio, aunque también debían ser conscientes de que el retorno de Canadá era una cuestión de tiempo hasta que solucionasen sus diferencias con la LIHF. Consolidar el liderazgo europeo era una de las tareas a tachar de la lista, pero la principal y la más dificultosa era plantarse contra los canadienses, que con su estilo único eran inalcanzables para el resto de las selecciones del mundo. Y, de hecho, a fin de año la CAHA anunció que presentarían un equipo para los Juegos Olímpicos de 1948.

Saint Moritz se presentaba como el escenario ideal para que los checos dieran un golpe de autoridad y destronaran definitivamente a sus pares norteamericanos. El último antecedente olímpico fue el inesperado oro de Gran Bretaña, dirigido por el futuro presidente de la IIHF Bunny Ahearne, por sobre Canadá, la primera edición de los Juegos en los cuales no volvieron a su tierra con el premio mayor. Los canadienses tenían sed de venganza, pese a que ninguno de los jugadores del Royal Canadian Air Force Flyers había estado en la edición de Garmisch-Partenkirchen, y los checos hambre de gloria, por lo que la mesa estaba servida para un mano a mano por el escalón más alto del podio.

Ambos conjuntos comenzaron su travesía olímpica con el pie derecho. Canadá venció a Suecia (3-1), a Gran Bretaña (3-0), a Polonia (15-0), a Italia (21-1) y a Estados Unidos (12-3) mientras que Checoslovaquia hizo lo propia frente a Italia (22-3), Suecia (6-3), Polonia (13-1), Gran Bretaña (11-4) y Austria (17-3). Ambos llegaban al duelo del 6 de febrero en la cima de la tabla de posiciones invictos con diez unidades. El clima era propio de la final que el sistema de grupos preliminares y round robin final no permitía. Parece despectivo, pero los duelos Suiza-Polonia, Suecia-Gran Bretaña y Estados Unidos-Austria tomaron un nivel de irrelevancia pocas veces visto en la corta historia de los Juegos Olímpicos de Invierno.

El plato fuerte de la jornada se llevó toda la atención aunque ninguna de las dos figuras del torneo se pudo lucir. Ni Wlly Halder, que finalizaría con 21 goles y ocho asistencias, ni Vladimir Zabrodsky, que anotaría 27 goles en ocho encuentros, pudo romper la paridad a lo largo de los tres periodos de juego. Pese a estar en presencia de las dos mejores ofensivas del mundo, la planilla de estadísticas indicaba que el marcador final fue 0-0, convirtiendo a Checoslovaquia en el único equipo capaz de limitar el poderío de gol canadiense y no sufrir goles ante ellos en toda la competencia.

La igualdad dejó en claro dos cosas. En primer lugar, el título mundial de los checos el año anterior no había llegado exclusivamente por la ausencia de los canadienses, sino porque tenían un grupo consolidado que se mostraba superior al resto en el hielo. Por otro lado, la repartija de puntos entre ambos implicaba que la medalla de oro se definiría por diferencia de gol dado que los compromisos restantes eran frente a selecciones de menor nivel que lejos estaban de poder producir algún tipo de milagro.

Esto ubicaba a Checoslovaquia con una leve ventaja ya que su diferencia de gol antes de las últimas dos fechas era de +55 mientras que la de Canadá era de +51. Cada gol, cada asistencia y cada atajada de sus arqueros pasaban a cotizar en bolsa a partir de ese momento. Es por eso por lo que al día siguiente el vestuario de los canadienses estuvo mucho más eufórico que el de los checos, ya que la victoria 12-0 por sobre Italia les daba una diferencia (+63) de dos goles por sobre sus rivales, que habían derrotado a Suiza 7-1 escalando a +61.

Todo se reducía al último día de competencia donde por primera vez en la historia del hockey sobre hielo los puntos dejaron de ser un factor fundamental. Es cierto, ambas selecciones acumulaban 13 unidades, pero todos estaban pendientes a la última columna de la clasificación: la que indicaba la diferencia de gol. El orden de los rivales parecía favorecer a Checoslovaquia, que en un amistoso previo a los Juegos Olímpicos había apabullado 12-3 a Estados Unidos, mientras que Canadá debía enfrentar a Suiza, que a menos que ocurriera una milagrosa victoria de los estadounidenses ya tenía asegurada la medalla de bronce.

Y, cómo lo demostraría la historia de este deporte en los años venideros, la lógica a veces se toma un descanso. Los checos consiguieron una victoria por la mínima diferencia (4-3) que los relegaba automáticamente al segundo lugar, mientras que Canadá cumplió sin demasiadas creces ante los locales (3-0). Esto significaba que, de haber repetido un resultado similar, los checos hubiesen llevado la medalla de oro para su país pero simplemente no era el destino. Canadá reclamó el trono que había perdido en 1936 y se adjudicó su quinto título olímpico, el duodécimo mundial ya que, como se mencionó anteriormente, la LIHF no organizaba la Copa del Mundo en los años que se disputaban los Juegos Olímpicos y, en consecuencia, se consideraba campeón mundial a quien se impusiera en la cita olímpica.

Para el Mundial de 1949 Checoslovaquia llegaba diezmada. No solo por el recuerdo de haber sido la primera selección que pese a haber finalizado invicta en un torneo no había sido campeona, sino también por la tragedia del Canal Inglés, en la que seis jugadores de la selección –Ladislav Trojak, Karel Stibor, Zdenek Jarkovsky, Vilibald Stovik, Miloslav Pokorny y Zdenek Svarc- perdieron la vida a fines de 1948 luego de que el avión que los trasladaba desapareciera.

Al no incluir un límite de países participantes, la LIHF tuvo que cambiar el sistema del torneo por uno de grupos (dos de tres selecciones y uno de cuatro) en el que los dos primeros clasificados de cada uno accedieran al round robin final. Los checos no tuvieron un inicio augurioso ya que cayeron frente a Suecia por 4-2 en el debut, aunque luego golearían 19-2 a Finlandia para asegurarse un lugar en la instancia decisiva, que compartiría con los suecos, Canadá, Austria, Suiza y Estados Unidos.

El sorteo determinó que en el primer partido de la segunda ronda se viesen las caras con Canadá, reeditando el cruce definitivo del año anterior. Con la finalización del primer periodo, parecía que también iban encaminados a reeditar el resultado de 1948 ya que los arqueros estuvieron imbatibles. Sin embargo, en el segundo aparecieron los goles: Checoslovaquia se fue arriba 2-1 en el marcador y al finalizar el encuentro el score estaba 3-2, decretando la victoria checa y una cierta redención para un equipo que, seguramente, le debe haber dedicado el triunfo a sus compañeros que los alentaban desde el cielo.

El envión anímico continuó en la segunda y la tercera fecha con goleadas ante Austria (7-1) y Suiza (8-1), aunque en la anteúltima recibieron un baño de realidad cuando Estados Unidos les propinó la segunda y última derrota del torneo por 2-0. Esto extendía la pelea por el título hasta la última instancia ya que, con su goleada a Austria, Canadá mantenía una mínima chance matemática de coronarse campeón. Debía derrotar a Suiza en la última jornada, esperar una derrota de Checoslovaquia ante Suiza y hacer cuentas para ver cómo quedaban las diferencias de gol al finalizar el día.

Todas las hipótesis y escenarios planteados fueron en vano ya que el 20 de febrero los checos derrotaron a Suecia 3-0 y se quedaron con su segundo título mundial, uno con un sabor agridulce ya debido a las bajas que habían sufrido antes de poder volver a sentir el sabor de la gloria. Al día de hoy todavía se recuerda a ese accidente como una de las grandes tragedias de la historia del hockey sobre hielo.

DOCUMENTOS POR FAVOR

Mientras la selección nacional de Checoslovaquia traía alegría a su gente después de obtener el segundo Mundial de su historia, la tensión política que se vivía entre los principales dirigentes era cada vez más palpable. Un año antes, el presidente Edvard Benes, fiel creyente de la idea de posicionar al país como un punto intermedio entre el mundo occidental y el sistema comunista de los países que una década más tarde se encontrarían del otro lado de la Cortina de Hierro, tuvo que ceder su lugar ante las constantes presiones del primer ministro Klement Gottwald. Ferviente miembro del partido comunista, recibía órdenes constantemente desde Moscú, al igual que el resto de los líderes de otros países pertenecientes al partido, y en enero le comunicaron que era hora de tomar el control absoluto de los territorios que se consideraban satélites de la Unión Soviética. En una conspiración organizada junto a la comunidad eslovaca, tomó el lugar de Benes en febrero, intensificó la represión y persecución de alemanes y húngaros e instauró un nuevo permiso para todas aquellas personas que quisieran viajar fuera del país.

Esto afectaba a todos por igual, al punto que el domingo 11 de marzo la selección de hockey sobre hielo de Checoslovaquia no pudo subirse al avión que la iba a trasladar a Londres para disputar el Mundial. Los miembros del servicio de seguridad les habían informado a los jugadores que se debía a un retraso, por lo que al día siguiente volvieron a presentarse en el aeropuerto de Praga solo para llevarse una nueva desilusión. La información que les proveyeron los entrenadores y el personal de seguridad era que en Inglaterra les habían negado la visa a dos “periodistas” que los iban a acompañar durante el torneo. Nótese que la palabra periodistas está entrecomillada ya que quienes no podían abordar el avión eran integrantes del partido comunista que iban a viajar de incógnito para seguir de cerca el accionar del seleccionado durante su estadía en la capital.

El principal motivo de la custodia civil radicaba en las deserciones de jugadores de hockey sobre hielo que habían estado ocurriendo durante los últimos dos años. Entre 1948 y 1949, jugadores del LTC Praga se quedaron en Suiza luego de disputar y ganar la Spengler Cup, un torneo anual de clubes realizado en Davos, Suiza, durante diciembre para países germanoparlantes como respuesta al asilamiento al cual se los sometió luego de la I Guerra Mundial. Además, en la concentración que realizó la selección en Viena en enero a modo de preparación para la Copa del Mundo se produjeron nuevas bajas, totalizando ocho en los cuatro meses previos a marzo de 1950.

Esto desató diversas versiones, que variaban según el interlocutor. El Rúde Právo, el diario oficial del partido comunista en Checoslovaquia, argumentaba que el equipo no se presentó en Londres para “ocultar al pueblo británico el creciente bienestar de los trabajadores de Checoslovaquia y el alto nivel de su cultura”. Desde el otro lado del Atlántico, el Victoria Times Colonist de Canadá sostenía que había habido una confusión diplomática ya que la oficina de asuntos exteriores de Inglaterra había enviado un telegrama a Praga notificando la autorización de las visas, pese a que la solicitud se había hecho con muy poca antelación.

Sin embargo, la que desató el caos fue la emisión nocturna de Radio Praga, que explicaba que la ausencia de los campeones vigentes era una forma de protesta en solidaridad con los dos compatriotas a los que les habían negado el ingreso a Inglaterra. El mensaje de la transmisión está comprobado, lo que los cronistas de la época no pueden precisar es si la misma tuvo lugar el mismo lunes 12 o el martes 13 de marzo. Lo importante es que el mensaje fue escuchado por todo el plantel, que se había congregado en el pub U Hercliku para ahogar las penas, según la versión que indica que ocurrió el 12, o para congregarse el día que tendrían que haber estado debutando en la Copa del Mundo, según la versión que sostiene que fue el 13.

Al ver que la historia que circulaba era falsa, y hasta propagandística si se quiere, los jugadores destilaron todo su enojo con la situación y para con los dirigentes de su país. Años más tarde, Gustav Brubnik admitió haber vociferado “muerte a los comunistas” y “no les vamos a permitir que nos corten las alas” en un país en el que los informantes y los teléfonos pinchados se habían multiplicado desde el ascenso de Klement Gottwald al poder. Un par de horas más tarde llegaron efectivos de la policía vestidos de civil, que reaccionaron con los puños ante los insultos que le estaban dedicando a sus jefes. Más de 30 policías fueron necesarios para contener a toda la selección de hockey sobre hielo, a quienes arrestaron y les hicieron pasar la noche en prisión. Ninguno tomó dimensión de lo que estaba ocurriendo y creían que por la mañana iban a ser liberados como si de un simple altercado se tratase, pero cuando comenzaron los interrogatorios individuales y las torturas entendieron que el cargo al que se estaban enfrentando era el de traición.

Tras siete meses y medio en esas condiciones en la prisión de Pankrac, el 7 de octubre comenzó el “juicio” contra los 12 acusados. El entrecomillado en la palabra juicio responde a que el veredicto se sabía desde antes de que comenzara la mera formalidad que se llevó a cabo durante tres días. Los cargos que el juez leyó eran espionaje, conspiración para desertar, agresión a un oficial y calumnias contra la república y todos fueron declarados culpables. Las penas combinadas fueron de 77 años y 4 meses, siendo las más duras las de Bohumil Modry (15 años), Gustav Bubnik (14 años), Stanislav Konopasek (12 años), Vaclav Rozinak y Vladimir Korbanov (10 años) y Josep Zirka (6 años). Para Mojmir Ujcik, Zlatko Ceverny, Jiri Macelis, Premysl Hajny, Antonin Spassinger y Josef Stock las penas fluctuaron entre 8 meses y tres años debido a que se los consideró cómplices de quienes recibieron las sentencias más extensas.

Por más irrisorio que parezca esta situación vista a más de setenta años, en aquel entonces fue una oportunidad perfecta para el partido comunista para aleccionar a los habitantes de Checoslovaquia. Nadie estaba exento de la famosa justicia social, ni siquiera los integrantes del único seleccionado de la historia del país que había traído la Copa del Mundo a estas tierras. En particular, también buscaban hacer un ejemplo del arquero Bohumil Modry, considerado uno de los mejores del mundo durante la década del 40, quien había desertado a principio de 1950 y lo habían vinculado con la embajada de Estados Unidos en Praga.

Los culpables fueron enviados a las minas de uranio de Jachymov, un pueblo ubicado en el oeste cerca de la frontera con Alemania, a extraer uranio necesario para las bombas atómicas de la Unión Soviética. Tan crudas eran las condiciones en esa región que las medidas de seguridad no existían, no contaban con cascos ni máscaras y tampoco con duchas, por lo que estaban expuestos a la radiación inhalando los gases que emanaba el uranio sin posibilidad de acceder a una canilla de agua para poder siquiera sacarse los sedimentos de la piel.

Así tuvieron que aguantar hasta 1953 cuando fueron trasladados a la prisión de Pribram, donde las cosas fueron más sencillas. Durante el verano les permitían jugar al vóley y al básquet y en invierno les montaron una pista de hielo con envíos de patines y palos provenientes de Praga para que jueguen un partido de hockey. Fue el único beneficio exclusivo al cual accedieron durante los cinco años que estuvieron presos por haber sido campeones mundiales.

El 23 de enero de 1955 se terminó el calvario de los ahora ex jugadores con la amnistía que les otorgó el presidente Antonin Zapotocky, que había heredado el cargo en 1953 tras la muerte de Gottwald y luego fue elegido en las elecciones convocadas por la Constitución del 9 de mayo una semana más tarde. Ya sin Gottwald y con la muerte de Stalin el mismo año, Zapotocky pudo seguir una línea política similar a la de Edvard Benes y, entre otras cosas, permitió que la mayoría de los liberados retornara a la liga checoslovaca, aunque no a la selección. La teoría más apoyada es que fue una orden para allanar el ascenso de la Unión Soviética al plano internacional del hockey sobre hielo, que ya había comenzado con la conquista del Mundial de 1954.

Ocho de los doce hombres que estuvieron en las minas de Jachymov murieron relativamente jóvenes producto de la radiación a la que estuvieron expuestos durante más de tres años. Modry fue uno de ellos, falleciendo ocho años después de su liberación, y en 2011 fue inducido póstumamente en el Salón de la Fama de la IIHF en 2011. El único integrante de aquel plantel que evitó caer en prisión fue Vladimir Zabrodsky aunque no pudo jugar en la selección hasta los Mundiales de 1954 y 1955 y los Juegos Olímpicos de Cortina 1956

Para Checoslovaquia, los cinco años en los que fueron privados de tener a la camada bicampeona del mundo sumados a los otros que tuvieron que dedicar a generar una base sólida para el deporte se terminaron convirtiendo en 23 largos años antes de que volvieran a poner sus manos en una Copa del Mundo. Es cierto, mientras tanto hubo actuaciones destacadas como el Campeonato Europeo obtenido en 1961 o el subcampeonato mundial de 1969, recordado por las dos victorias frente a la URSS gracias al formato de partidos ida y vuelta, pero siempre quedará la duda de hasta dónde podría haber llegado aquel equipo que parecía estar listo para tomar el mundo del hockey sobre hielo con sus propias manos.

Foto: Olympics.

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